Despertar y sentir el perfume que dejan los besos regados sobre el cuerpo. Mirar hacía los costados y ver la soledad que acompaña al cuerpo que descansa inerte y desnudo, sobre sabanas que no saben regalar caricias.
Despertar del ensueño que me separa de la realidad y que el silencio me salude, me dedique un buenos días. Buscar el abrazo, la caricia que no llega. Dejarme llevar por el adormecido razonar del deseo, de que todo fuera cierto.
Improvisar un saludo, improvisar un motivo por el cual encontrarme sola dando vueltas en una cama, que de repente resulta demasiado grande para el cuerpo que en ella descansa.
Improvisar una sonrisa, esconder el motivo que la impulsa. Jugar a que la soledad es buena compañia.
Buscar, encontrar y volver a perder.
Despertar y sentir el perfume que dejan los besos regados en la piel, buscar el camino que la saliva dibujó, cual caracoles sobre las hojas de algún enorme árbol, en medio de la selva perdida.
Perdida...
Perdida entre sabanas y silencios.
Temblando...
¿De miedo?, ¿De placer?
Temblando como la luna sobre el agua, despertando de lo que fue un sueño y ver que la realidad supera la fantasía. Fantasía que radica en el juego de las ideas, en el discurrir de las letras, de los signos.
Ser mujer, niña, amante. Ser hombre, caballero, amante. Ser una mujer más hombre que muchos hombres.
Ser todo, y por un momento, sentirme nada.
Temblar, como la hojas atrapadas por la brisa de un verano tempestuoso, sin un destino fijo, sin un camino dibujado en los mapas.
Temblar, como la luna lo hace al reflejarse sobre el agua. Y decir:
Si he de sufrir, que valga la pena. Si he de partir mañana, que no sea por aburrimiento. Si he de estar sola, que sea por decisión propia. Si he de llorar, que mis lagrimas dibujen sin sentidos en mis mejillas y hagan arte al llegar a la comisura de mis labios.
Vivir una realidad alejada del sueño, y por un momento, tan efímero como este suspiro que se escapa por las yemas de mis dedos, que el sueño se vuelva realidad. Y por un momento, sentirme de alguien. Sentirme propia, completa. Olvidar por un instante, lo ajena que puedo ser.
Despertar y buscar repetir el recorrido de los besos que desdibujan los limites del cuerpo. Despertar y encontrar un libro en la cabecera de la cama, abrir sin mirar en que hoja, en que párrafo... y leer, y encontrarme, por los azares del destino, caminando por París, yendo a una cita sin hora ni lugar, pero a la cual he de llegar puntual.
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