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jueves, 14 de junio de 2012
Te encontré.
Te encontré, donde no espere coincidir contigo.
Donde el olvido no tiene concepción y el tiempo no tiene limites.
En ese incierto terreno de donde devienen conceptos oscuros y profundos del
subconsciente, donde no existen mores que subyuguen el consiente, donde no
tienen presente ni pretérito los momentos que se obtienen del seno común.
Fue entonces que nos percibimos, obtuvimos permisos de los sentidos, nos
permitimos ser juntos, muy juntos uno del otro.
Como en un vuelo cósmico nos envolvimos, quisimos dividirnos, uniéndonos en
ese destino; destino que no conoce de conclusiones, que no conoce de cotos.
¿Como vernos de frente si nuestro ser no resiste?
Imponiéndosenos, existe de modo insolente un fuerte velo, que nos impide
coincidir en el momento de nuestro encuentro incomprensible.
Ser como tú no he visto recorrer mis senderos.
Deseoso estoy de tus besos, enriquecido me encuentro de solo presuponer el
gusto y perfume de tu piel.
Recorro los despojos del tiempo infinito, y me existiendo en ti.
Observo ilusiones escurrirse entre desencuentros y sueños eternos, perdidos
los dos, en el entorno que nos envuelve.
El cielo inquieto por el brillo de tus ojos esconde su perfección con deseos
de descubrir tu sexo, tu ser, desnudo concibiendo el oscurecer de un nuevo
occidente y el fulgor de un viejo oriente.
Celos sintieron de nosotros, seres prontos de perfección.
Perdidos, teniéndonos uno con el otro, frente con frente, embebidos en el
hechizo prodigioso del encuentro inminente, temerosos del porvenir, del futuro
incierto; sentimos el deseo intenso de corrompernos y exponer nuestro sexo.
Sin proferir testimonio sobrevenimos el fuego entre los dos, resurgimos como
fénix eterno emprendiendo ese vuelo extenso y continuo.
En medio del evento el surgimiento de tu voz, permitió el surgimiento de mi voz,
y juntos proferimos el delirio de sentirnos unidos, en espíritu; y el silencio se
pierde, desistiendo de su gobierno.
Un nuevo silencio se vuelve eco ente los dos, devolviéndonos emociones
que en ningún momento estuvieron presentes en nuestro ser. Con lentitud
nos permitimos erigir nuestros cuerpos que conducidos por el exceso se ven
rendidos.
Nos volvemos, concibiendo un nuevo sonido, un portentoso momento de
inextinguible gozo; y es el revivir de nuevos gestos los que dicen todo. Sin
mover los músculos es el fuego que existe en nuestros ojos, junto con el
sutil sentir del linde, y ese silencio que no es. Si bien en el eclipse no se
oyen locuciones, se siente el fulgor de su contenido, el imperioso grito de su
esplendoroso hilo conductor.
Fue cierto lo que pensé en el segundo de percibirte, fue ese momento de desmedido deleite el que logró en mí el erotismo suficiente que me retiene
desde hoy y por siempre contigo.
No existe movimiento fingido, todo se incluye en lo emotivo que nos une,
lo verídico que es nuestro sentir, sin velos que oculten rincones de nuestro
espíritu. El universo se detiene, se confunde y funde, solo en ese punto infinito
que nos une que nos diluye en uno.
Irreconocible confort se cierne sobre nosotros, temerosos de perderlo y no
volver; y no sentir esto que es lo que vivimos, lo que sentimos.
Cedimos en el ensueño, reunimos nuestros cuerpos en el edredón,
compusimos e instituimos el sentimiento que provoco los celos de los
mismísimos y pretéritos dioses griegos.
Obtuvimos sin pretenderlo, el perfecto sentimiento, sin egoísmos, sin
condiciones, solo plenitud.
Vencimos lo finito del existir, por medio de lo infinito de nuestro sentir.
Conseguimos lo esplendido, lo inconcebible, lo hermosísimo de ser uno con lo
mejor del otro.
Suprimimos el fulgor de nuestro ojos, sucumbimos uno sobre el otro, perdiendo
gnosis con esmero.
De pronto, me encuentro rehuyendo del conclusivo y delicioso momento del
último beso; de ese mimo prohibido, con el deseo burlón, con el sexo despierto
y presto de un nuevo encuentro.
Ocurre el menester de emprender el despunte del sol...
Prorrumpo en el presente entristecido por el destierro de ese sueño, con el
deseo intrínseco de obtener un ser como el suyo en todo momento.
De pronto y sin querer, te volviste el sustento de mi existir. Un fuerte protector
del ensueño. Entonces… el sueño mismo.
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